Mi experiencia, mi vida

No se trata de que tengas una relación idílica con tus hijos, sino de que estés en paz con las decisiones que tomas a la hora de relacionarte con ellos.

Y para estar en paz con esas decisiones, primero tienes que, sí o sí, sentirte en paz contigo misma.

Mi nombre es Mary Gómez, soy Coach Holística especializada en Gestión Emocional Femenina y mi historia es como la de muchas mujeres.

No somos conscientes de que tenemos un problema con el amor propio y por ende, una mala relación con nosotras mismas, hasta que llega la maternidad y nos da una buena hostia de realidad.

El tener una nefasta gestión de mis emociones me llevó a pasar por una fuerte crisis de identidad. Esto me hizo tomar consciencia de que quizás el lugar emocionalmente hablando desde el que me relacionaba con mis hijos, no era el idóneo.

Con el paso de los años, en mi papel como madre, me fui creando unas expectativas que, al no ser cumplidas, muchas de ellas me generaban dolor, dolor que se iba traduciendo en ansiedad, frustración, impotencia…

Gracias a lo que me confrontó la maternidad, decidí comenzar un camino de autoconocimiento, el mismo que me ha llevado hasta el lugar donde me encuentro hoy, sintiéndome una mujer que ha logrado tener una buena relación consigo misma y, paralelamente, una relación más sana con mis hijos.

Mi mayor logro es haber podido hacer realidad el que momentos dolorosos, instantes intensos e incluso momentos de conflicto, ocupen mucho menos tiempo en mi vida. Hace años experiencias conflictivas lograban arrastrarme durante días hacia estados anímicos complicados, y hoy en día cualquier situación adversa la gestiono en favor de mi bienestar, mejor y en menos tiempo, con la premisa de que todo es un aprendizaje.

Durante la mayor parte de mi vida me recuerdo llenando vacíos existenciales mendigando amor, complaciendo a los demás en muchos momentos y de muchas maneras, para sentirme valiosa y querida, para sentirme viva.

En muchas ocasiones me sentí un bicho raro, distinta a los demás, con la sensación de no encajar fácilmente en los sitios a los que iba.

Pero lo vas tapando y vas viviendo, o mejor dicho sobreviviendo, como buenamente puedes.

Y así fueron pasando los años de mi infancia y juventud, donde fue en aumento la mala gestión emocional que me había acompañado desde siempre.

Con 24 años me casé. Cada vez había más motivos para centrarme en los demás, sobre todo cuando me convertí en mamá, y en la misma medida me fui alejando de mí.

Todo parecía ir con normalidad, pero en muchas ocasiones, sensaciones internas de vacío me hacían sentirme insatisfecha, insuficiente, en definitiva infeliz, cuando no había motivos aparentes. Este sentimiento crecía con el tiempo.

Algo faltaba en mi vida cuando se suponía que lo tenía todo para ser feliz.

Entonces, llegó mi hija y ahí encontré la excusa perfecta para olvidarme del todo de mí, y ella era la que acaparaba toda mi atención.

Me entregué en cuerpo y alma hasta tal punto que me costaba separarme de ella. Ya no propiciaba motivos para que esto sucediera, ya me bastaba con lo traumático que estaba siendo para mí el incorporarme de nuevo a la vida laboral, cuando mi hija tenía tan solo cuatro meses.

Me metí en el papel de la madre perfecta, entregada y abnegada.

Sin darme cuenta de que la necesidad de tenerlo todo controlado ya mostraba unas reacciones en mí merecedoras de ser atendidas, pero no fue el caso. Ciertas conductas de exceso de control se fueron normalizando a medida que iban en aumento.

Pero bueno, eran cosas muy fácilmente justificables cuando eres madre primeriza, y cuando llega el segundo hijo… pues porque ya tienes dos, es tristemente normal la justificación cuando no hay responsabilidad emocional.

La cuestión es que mi matrimonio poco a poco pasó a un segundo plano ya que nuestros dos hijos eran suficiente motivo para nosotros, para no atendernos. Fue la excusa perfecta para no atajar lo que íbamos sintiendo por los cambios que iba sufriendo nuestra vida en pareja, algo natural que con consciencia (humildad honestidad, valentía…) se puede superar y con creces, pero no fue nuestro caso.

La desatención emocional, tanto con los demás como para con nosotras mismas, habitualmente pasa factura, y cada vez más frecuentemente con un alto precio con conflictos y experiencias dolorosas de vida.

Sabíamos que las cosas no iban bien, sobre todo yo sentía que mi vida relacional carecía de sentido pero piensas, ¿Cómo me voy a separar con dos niños? ¿Para qué complicarme la vida?

Y ahí, sin darte cuenta, te sigues desatendiendo y por ende COMPLICÁNDOTE  la vida.

Entre medias, ya con un sistema emocional y nervioso tocado, “empezaba la fiesta”, diagnósticos médicos de medicina tradicional, donde llegado un momento adquirió una especial relevancia como guinda del pastel el ser diagnosticada de TDAH, patología con la que hoy no me siento identificada (y sobre la que tengo mi idea personal).

Se había vuelto una necesidad el ir parcheando mi vida, probablemente con la intención de evitar decisiones mayores que a priori ponían los pelos de punta.

Resumiendo, mis experiencias dolorosas de vida, más que por problemas mentales (que no eran casuales), fueron por la nefasta gestión emocional con la que crecí, gestión que me costó lo mío soltar con la intención de reemplazarla por la que hoy tengo.

Unos años más tarde, y como decía con la llegada de mi segundo hijo, el desgaste matrimonial iba en aumento, aunque desde dentro y en aquel momento no lo veía con claridad.

Yo estaba ya más que, en un segundo… en un tercer plano; solo importaban ellos y su bienestar.

Cuando mi hijo pequeño tenía 3 años y la mayor 7, me separé, y aquí comenzaba el verdadero “viaje”, con el dolor como protagonista.

Toda la mierda sale a flote y mis miedos más profundos salen a la luz. Se abría la caja de Pandora.

Todo parecía indicar que había sido mi supuesto fracaso matrimonial el culpable del dolor que empezó a apoderarse de mí, aunque esto no fuera verdad.

Mi separación fue pacífica. Me llevaba bien con el padre de mis hijos, pero con el paso del tiempo la sensación de pérdida de lo que había sido mi núcleo familiar durante tantos años me hizo tambalear. Mi desequilibrio emocional parecía no tener fin. Poco a poco miedos irracionales lograban desestabilizar mi día a día.

La creación de un nuevo hogar para mis hijos donde yo no pintaba nada, logró despertar en mi mente nuevos miedos, como la posibilidad de perder a mis hijos. Esta sensación de pérdida la viví como algo desgarrador.

Si mis hijos eran algo mío, algo que formaba parte de mí, la experiencia de la separación provocó en mí nuevas sensaciones como si me amputasen alguna parte de mi cuerpo.

¿Con que iba a llenar el vacío que empecé a sentir cuando mis hijos no estaban?

En mi “nueva vida”… ¿Dónde iba a poner toda la atención que durante tantos años había depositado en mis hijos?

Mi ego se volvía loco por momentos. Donde después supe que había oportunidades, en aquel momento solo veía obstáculos.

Me costaba incluso pasar por sus habitaciones cuando estaban vacías.

Mi baja autoestima me estaba saboteando sin ser casi consciente.

Tus hijos te muestran las heridas que tú tienes como ser humano.

Lo que tú sientes hacia ellos y a través de las experiencias que tienes con ellos, es algo que ya estaba en tí y ahora tienes la oportunidad de trascenderlo.

pasa el tiempo y llega la

y nuevos miedos asoman la patita

Aquí ya el miedo no es tanto a perder a mis hijos como a darme cuenta de que ya no me necesitan tanto, tienen su propio móvil y ya empiezan a gestionar ellos sus idas y venidas.

Empiezan a ser más importantes sus amigos.

Y aquí me encuentro otra vez con pensamientos que me hacen sentir mala madre, porque en vez de disfrutar de que ellos sean independientes, lo que siento es miedo y perdida de control, con la tendencia a estar demasiado encima de ellos.

Hay experiencias de vida que vienen para quedarse (como en mi caso mi ex matrimonio) a través de las cuales vives una y otra vez golpes de realidad. No sé tú, pero yo decidí aprovechar este tipo de situaciones en favor de mi propio proceso de desarrollo personal.

“Mamá, ¿te das cuenta de que dices y tienes reacciones a veces que no tienen sentido ninguno?”

¡Claro! No tienen sentido para ellos. Es normal que no lo tuviese. Tendrían que haber vivido lo que yo viví habiendo crecido tal y como yo crecí, y haber sentido lo que yo sentí dentro de mí, sobre todo en la maternidad, para entenderme o mejor dicho… comprenderme.

¡Oye! Que todo sea dicho, no es fácil ser ser humano en general y ser hijo tampoco. Y mucho más difícil tiene que ser ser hijo de madres (padres) infelices que se sienten
perdidas, incluso con cierto desequilibrio emocional.

Con el paso del tiempo, el acompañamiento a mis hijos iba recobrando más intensidad. Sentí que me tenía que poner dura, pero los resultados de experiencia tras experiencia no eran los deseados. Me convertí en alguien que reaccionaba frecuentemente creyendo que ponía límites y que mis hijos en ocasiones se los saltaban porque sí.

Llegado un momento, me di cuenta de que no sabía poner límites, nunca los había puesto. Lo más parecido que había hecho era enfadarme y enrabietarme cuando sentía un daño externo, cuando no se me hacía caso.

Entraña cierta gravedad esta confusión que vivimos muchísimas mujeres, ya que solemos poner el grito en el cielo con cierta tardanza. Solemos pedir ayuda a gritos cuando los demás nos maltratan (no nos tratan bien), un pelín más de lo que nosotras nos maltratamos a nosotras mismas.

Y aquí está el problema: la mayoría de madres con el paso de los años suelen tratarse cada vez peor a ellas mismas.

En exceso estar demasiado pendiente de los otros, cuidar y proteger a los demás, priorizar y sacarle las castañas del fuego, en este caso a los hijos, decirles sí cuando en el fondo dirías un no, preocuparse por todo, en definitiva, tener la atención fuera de nosotras, a la larga tiene un alto precio.

La vida nos presenta facturas demasiado elevadas a las que hacerle frente, cuando año tras año le damos constantemente más importancia y valor a la vida de los demás, por muy hijos que sean.

Pero bueno, existe la posibilidad de salir de ahí, claro que sí.

Hay que aceptar que en el acompañamiento de los hijos tiene que suceder algo, por mucho que no lo queramos asumir. Y es que nos tenemos que ir desapegando, aceptando que lo sano es ir volviéndonos innecesarias, a pesar de habernos sentido imprescindibles para ellos durante tantos años, aunque no lo recuerden.

Nunca había pensado en la repercusión que iba a tener en mi autoestima y en mi vida en general el no poner límites dentro de mí (a mi misma) a la hora de autoexigirme, juzgarme, no priorizarme, desvalorizarme, todo esto a algún nivel.

Esto es concluyente para que personas ahí fuera, en este caso nuestros hijos, sobre todo porque lo sienten energéticamente y ven diariamente como no nos respetamos a nosotras mismas, puedan responder favorablemente o no, a normas, en este caso no negociables, que son necesarias para ejercer nuestro rol de madres.

Todo el mundo ahí fuera me va a valorar, respetar, en definitiva, querer en la misma medida que yo me quiero, valoro y respeto a mí misma, y si esto no me cuadra, será que no me quería tanto a mí misma como creía o como quería hacer ver.

Tiene que haber un día donde una tiene que parar, hacer un chequeo, reflexionar y tomar decisiones.

Me di cuenta de que estaba haciendo lo que siempre había visto a mi alrededor y lo que habían hecho conmigo, domesticando y adiestrando a mis hijos, no acompañándolos en su crecimiento (como debería ser).

Pero para eso, entre otras cosas, llega la adolescencia, para que en este caso las madres tomemos consciencia de que lo que hemos hecho con nuestros hijos mientras eran pequeños, tiene fecha de caducidad, de ahí la aparición de más o menos rebeldía en ellos.

Llega la hora de cambios y las madres nos resistimos.

¿Cómo hice para cambiar esta situación?

Ahora que somos tres adultos viviendo en esta casa, necesito ser menos madre y más ser humana.

El estar mal con una pareja, el no sentirse bien por no tenerla, el no estar bien por haber cortado una relación, y lo peor, creer que estás bien con tu pareja y no estarlo porque aceptamos a veces “pulpo como animal de compañía”, nos genera una baja energía y en ocasiones un mal cuerpo que al vivirlo inconscientemente, nos convierte en fuente de conflicto independientemente de las movidas de nuestros hijos.

Entramos en conflicto emocional cuando no tomamos decisiones acertadas o cuando, por miedo, no tomamos nuevas decisiones en experiencias como estas u otras que conciernen las otras áreas de nuestra vida.

Independientemente del tipo de emociones que tengamos, cambia radicalmente nuestra puesta en escena ante cualquier situación, el hecho de vivirla conscientemente o inconscientemente. Ser consciente sería el primer paso.

YO ANTES QUE FELIZ PREFIERO SER CONSCIENTE.

Me di cuenta de que ser consciente es lo que me da libertad para ser feliz.

Es muy fácil echarle la culpa de nuestros males a los hijos, pero estaría bien que fuésemos más honestas y nos diésemos cuenta de que en demasiadas ocasiones pagamos con ellos nuestras propias insatisfacciones personales.

Si algo lo vivimos como un problema… este empieza en nosotras y es ahí hacia donde tenemos que enfocarnos para que la relación con nuestros hijos cambie, si eso es lo que deseamos. Si somos parte de un problema, si o si tenemos que ser parte de la solución.

Aprender a amarnos para poder AMAR es el primer paso. Esto significa conocernos a nosotras mismas. Si te sientes mal, si tienes sentimientos, pensamientos y reacciones que no quieres tener, implica que no te conoces.

NO SE PUEDE AMAR LO QUE NO SE CONOCE

Esto no va de ponerse delante del espejo y decirme: “me quiero, me quiero, me quiero…” Esto va de algo más heavy, más profundo.

Comparto mi historia porque creo encarecidamente que si hubiera historias más honestas sobre lo que significa ser madre, las mujeres nos sentiríamos menos culpables y más felices.

Y de este sentimiento de ayudar a otras mujeres, nace la necesidad de crear:

Mi Programa Maternidad Anticulpa:

Un programa de acompañamiento individual y personalizado, para pasar

de sufrir la maternidad a DISFRUTAR
de ser madre

en 12 semanas.

¿Qué vas a descubrir en esta sesión de valoración?

Para quién es
Maternidad ANTICULPA

Scroll al inicio